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Wellcome to Buganga


En Zinga la vida discurre muy despacio. 6:30 am, el sol surge de las aguas del Lago Victoria rozando sutilmente las copas de los árboles que pueblan de manto verde el territorio. Sale el ganado de su cobijo rumbo a las laderas de la montaña, y salen de sus chozas los aldeanos a los quehaceres del día. Pescadores de tilapia, labriegos, amas del hogar que barren el polvo sempiterno de la calle sin pavimentar, unos niños a la escuela, otros a... otros a rellenar de colores y sonrisas los rincones de los poblados. Se oyen los martillos de los obreros que afianzan un día más las planchas del techo de la ampliación de la nueva clínica de Island Mission Uganda. Mi labor comienza tras la rudimentaria ducha con agua recolectada de la lluvia de la madrugada anterior que anda todavía fundiéndose con la reciente mañana; un frugal desayuno y el indispensable café masticable que tengo por costumbre hacer en un hornillo de gas traído desde Entebbe.

Hoy he atendido algunas heridas infectadas, una infección respiratoria, controles de tensión arterial y la revisión de 3 embarazadas, entre otros casos. Como cada tarde, emprendo camino a explorar la isla cámara en mano. La aldea de Buganga es el asentamiento más importante de la isla y emite tres vías que le comunican con el resto de poblados. Hoy he puesto rumbo a Kodjia, y al salir de la aldea me encuentro con una pandilla de críos ya conocida en día previos, algunos van a la pequeña escuela cercana a la clínica. Siempre tan joviales y divertidos me increpan al verme llegar: Mzungu! Mzungu! no pueden evitar llamarme de esa manera, entrecortando el apelativo con risas y gracias buscando en mi cualquier respuesta que pueda ofrecerles. Sigo adelante tomando el camino sur y vuelvo la mirada atrás cuando apenas me separan de los niños unos 200 metros. Todavía gritan mi nombre en la distancia, pero al ver que el Mzungu se vuelve una de las niñas empieza a correr en mi busca. Se trata de una pequeña de 7-8 años de edad, de piel negra brillante parcheada por el polvo del camino. Lleva puesta una vieja camiseta roída de color amarillo intenso, es un color muy frecuente en África y que destaca sobremanera entre tanto verde y negro constituyendo casi una bandera improvisada. La niña de piel brillante esgrime en la mano izquierda unas ramas con las que corta el viento en su atolondrada carrera. Grita, ríe y bate sus brazos como alas, de cuando en cuando, busca la aprobación del resto de sus amigos con intermitentes miradas atrás. Hinco mi rodilla en el suelo, apunto con mi 55-200 y disparo 3 fotos obteniendo como resultado final la imagen de este post, un instante preciso y precioso que decido finalmente tratar con la misma técnica de blanco y negro que el resto de la exposición, a pesar de perder el amarillo intenso de su prenda y la suciedad del viejo sendero que une a la modelo y el fotógrafo, a pesar de perder los tonos ocres de las casas de detrás, las briznas de hierba y tantos otros detalles completamente prescindibles ahora también eclipsados por la boca abierta de tan bella expresión de alegría. La niña llega a mi posición, sacude la rama y vuelve otra vez con la misma prisa que le trajo a la chiquillería que sigue esperando donde partió.

Sigue discurriendo la tarde en Zinga muy despacio. 18:30, se despide el sol fundiendo la colina que corona la isla y los pájaros apagan la voz para dar paso a la noche serena del lago.

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